jueves, 6 de agosto de 2015

Desde el cénit

Esta piedra rugosa donde camino...
Estas olas que mi proa embiste...
Este furioso viento Norte
    que arroja espumas sobre mi pecho...
sólo elementos son,
de formas que se mecen,
de grava estremecida,
   arena y lodazal...
Cimental geografía donde transita
   el sino misterioso en que navego.

No hay más poder
   en cada quien,
que el centro donde gravita.
Batallar de microcosmos
en la esfera construida de elipsis
en el vibrar de espines
protones
neutrones
en el centro grave del espíritu.

Sazona la sal en cada sal
y en el brillo de su albur
refleja al sol desprevenido.

¡Cuánto más habrá
de mi ceniza
en el cuenco matricial
donde renazco!

Si de chispas breves
multiplicada va la lumbre
es así que desde el cénit
de fotones invisibles
el corazón del sueño
y la razón
 alimentados.

Desde el cénit
se adiestra a la semilla
en esas banderas ocultas del amor
que encolumna esta marcha,
formación de redobles y mandobles,
sólo vistas en paisaje vigoroso
y de tal discernimiento,
único,
a la luz correspondida.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

Foto:  "Desde el balcón"- Almagro - Bs. As. 
Juan Carlos Luis Rojas


sábado, 11 de julio de 2015

Hoy canto


Hoy tengo un cantar    que me quema
que fluye de colinas y abismos
   de vendavales y soles
tempestades en el cielo del alma
   pastoriles murmurios
      fragores y cantos, y dolores y amores.    

Hoy tengo el perfume y el néctar
   que invade mi carne y mi sangre
      desde la flor ansiosa de su boca.
Hoy renazco de hastío interminable
   y me elevo
      me sublevo de las sombras
         que contristan el rayo mensajero.

Hoy soy/
soy furia y soy calma.
Furia intensa...
   y de ti cómplice
      oh, espirituosa musa
         que vertebras leyes de natura.
Acompañarás este canto.
Acompañarás este grito.

Calma soy, sí, tú, errante ser
donde puedes abrevar
   la hacienda cansada de tu angustia.

Instinto y fiebre natural acompasas
   enloquecido corazón.

Hoy tengo un cantar    que me quema
  que desde antaño vibra
    oh, vástago del tiempo.

Hoy libero al viento el vapor perfumado
   la libertad ardiente de mi juventud.
Hoy me entrego al hedor y perfume de la vida
  asalto los fortines del temor.

Un desconocido soy entre desconocidos
   mas no mi canto   ni mi grito.
De selvática y húmeda fronda provengo.
¡Oh, Chaco, de antiguas rutas térreas
de resbaladizo lodo/
siestas de suelo crujiente/
brillantes flores silvestres
   que altivas enfrentan al Sol.

¡Ah, blanco algodonal    gramos infinitos
   desafío de cinturas de viejos y jóvenes
      quebrados sobre blanco tendal!

Traigo en mi corazón
   el éxtasis alado de multitudes canoras
de la inundación su vértigo implacable.
Bajo sombrero pajizo a pie vengo
   atravesando secas lagunas
      secos carrizales.
Arreando ganado entre bosques
rodeando esteros.

¡Oh, caídos verdores
   y estupor enredado de la vida!
Carrizales marrón amarillentos
   paradójico camufle y bullicioso delator de la boa  
rollizo inquieto de ávidas fauces.

Yo vengo de universales mezclas
   amadas y amados del mundo
      y vosotros sois la simiente
la semilla que nos reúne.
Vosotros que no solo sois
vosotros que sabéis escuchar
vosotros que discernís
   labor sagrada de los tiempos.
De onomatopéyicos sonidos provengo
   ¡oh, voluntades de pro-vida!
Vengo de templos de arpas y guitarras
   ¡oh, celestes espíritus del amor!
A vosotros dedico sones y arpegios
   que iluminan la penumbra de naranjales florecidos    
azahares embriagantes del amor
   que rezuman el aire y el baile.
¡Oh, musicalidades y poesía del paisaje
   virilidades eternas del alma!

No vengo de fáciles palabras...
   porque soy silencio y un grito del espíritu.
Basta la elocuencia de este vítreo horizonte multicolor.
Basta inyectar el alma de anaranjados atardeceres
   donde brasas ardientes del sol que va muriendo
      danzan su último baile en el follaje.

Vengo de esperanzas combativas
   donde el sapucai resume el desafío
      y desarma la nota discorde del temor.
Allá serpentean ríos y jangadas.
Mansos poderes fluyen.
¡Allí, se energizan las venas del canto!      

Hoy tengo un poema y quiere ser un canto.
Y es un canto.
Y es un grito.
Lumbre quiere ser de continentes infinitos
   unísonos sones de pueblos adormecidos.
Un clamor de esperanzas ignoradas.

Crepitar de natura os clama
   amadas y amados del mundo
a romper el vacío copioso
   de mezquinas calmas.
Renacer al espíritu y la conciencia del tiempo.
Ahuyentar escudos y blasones.
Desenmohecer el amor.

Hoy vengo a restañar las heridas del canto      
a enronquecer sonoridades y silencios
   a desarmar artes pretendidas
      y a convocar violencia tierna de ángeles
         turba encendida de justicia.

Prestad vuestros oídos, oh, fraternidades del mundo.
Buscad sentido a cada palabra.
Hoy quiero ir más allá de los mares
saltar el umbral de profusas bohemias.
De espiritual dominio ensalzar el poder.
Invito a levantar
   las velas de esperanzas caídas
      azuzar con poesías las manos del viento.  

YA, es el tiempo.
AHORA, es la hora.
Sí.
Ya es hora de sujetar las riendas
   de las aguas desbocadas.
Ya es hora de encausarlas
  en el cauce reseco de la vida.
Ya es hora de desandar
   los caminos polvorientos
      de evitar los campos
         de batallas sin victorias.
Ya es hora de atar la mano desoladora
   de compensar en justicia el castigo del inocente  
de arrancar las alambradas del egoísmo
   y sembrar los campos desiertos.

Momento es
que tus manos concreten
   lo que huellas de tus pasos
      desangraron en olvidos.
Ahora
que estas líneas
   quieren latir en versos
que transportarse desean en las venas de natura…
y cuando ya salten
   las barreras de códices y lenguas
cuando sientas ( si sientes)
que las palabras son
   espejo de lo que tu corazón grita                    
entonces canta
canta y rompe el aire con tu voz.
Suelta a navegar
   a los veleros escondidos del alma.

Flecha al Norte serán tu canto y el mío
   en la rosa abierta de los vientos.
Acallarás, aún
   a los dioses antiguos del Olimpo.
¡Hasta ellos vendrán contigo!
Vendrán a recoger la hermosura de los tiempos
y más allá de Jericó
   venceremos las murallas construidas de temor
      y de egoísmo
   esas murallas que acorazan pueblos y naciones.
Allende los mares
   cantarás tu canto universal.

¿Sois vosotros   de la puna escondida
   donde el sol hiriente
      lastima el pétreo quebraderal?
¿Sois, acaso, vadeadores del Misisipi
   y litorales de extensos y silvestres huertos?
¡Sí, vosotros, de las rápidas llanuras!
Entrareis conmigo a la conciencia de los cantares
   rezumando candores de la verde fronda.
¿Estáis por allí escoltas del sol naciente
  portadores de milenaria historia?
Sí, vosotros envueltos en los vapores impertérritos
  de Hiroshima y Nagasaki
      ¿seréis también dueños del canto?
O los que rodáis el Himalaya en reino de          
  reverentes temores
    ¿entrareis, acaso, en la cálida corriente
      de universales esperanzas?
Todos/
todos venced al tiempo
   y arrebatad la memoria
      que encierra el alma del mundo.      
Venced la distancia.
Construid puentes de cimientos fraternos.
De una vez por todas levantad los brazos
   que acurrucan el frío
tumbas de indiferencias y desidias.
Romped las murallas
   que acorazan naciones ególatras
      de pueril orgullo
         y diabólica vanidad.

Prieto entre los dientes estaba el canto.
Hoy se revela.
Hoy vocifera sobre la espuma revuelta de la historia.
Es la cuerda que templa el espíritu de lo nuevo.
Mas no existen naciones dueñas del canto.
Ellas son sólo súbditas del interés común de los pueblos.

Entonces vosotros
   humildes y valientes de la tierra
espíritus que arrastran
   la verdadera poética de la vida
¡aflorad!
   lo que subyace indeciso en vuestro espíritu.
Despertad a los gigantes dormidos
   que habitan vuestros corazones.

Unid la línea fuerte de brazos
   y cálidas manos estrechadas.
Sucumbirán   los tiranos poderes
   bajo el rayo valeroso
      de vuestro índice.

Ah, rompiere vuestro canto, tal vez
   la punta diamantada de la soledad
      la mazmorra mezquina del egoísmo.
Sí/
   ¡Romped
el eslabonado acero de protocolos vacíos
   la maraña entumecida de miedos nefastos!
Pudiera  yo mismo
   como humano   simplemente humano
      apoderarme
         de la sed “pretenciosa” de los humildes.

Un nuevo arte habrá de enseñar el canto
no el de la ostentosidad
no el de la lujuria.
Habrá de ser el arte de sacudir
   las fibras esclerosadas de la emoción.
El arte de bajar el reino del intelecto
   a lo plebeyo del sentir inteligente.
Será la acción, cantando libre
   en lo excelso del espíritu y del ser.
Sin embargo   es simple la obediencia a este cantar.
Se trata de volver los ojos al cielo.
¡Límpido!
Los oídos al fuerte viento.
Promover los sentidos
   del alma y del espíritu
extenderlos sobre el jardín generoso
   y los campos olvidados.

Sí/
ya es la hora de escuchar
   ver
      pensar
         actuar
             sentir...
dirigir los pasos
   posar las manos
      poner el corazón.

Sí.
Ya es hora de expandir el amor
   corrector de frentes alternas.
Ya es hora de amarlo todo.
Regar la hermosura
   y florecimiento poético
      de la vida.
Sí.
Ya es hora de amar.

 Autor: Juan Carlos Luis Rojas

domingo, 24 de mayo de 2015

Andamios infinitos

Suena.    Resuena.
Sordo rumor de insondable distancia.
Los sueños navegan en un océano de nubes.
La lejanía cuelga lianas dolorosas en el corazón/
    y es un vértigo azul la remota esperanza.

Oasis/
Fuentes doradas/
Espejismos de soles y estrellas.
A prisa corren los perros hambrientos del alma.
Los errabundos de la tierra transitan sobre espejos...
Reflejos de celaje embelesante.
Reflejo interminable...
¡Tan sólo campos de hielo!

El espíritu temerario
    ensambla andamios infinitos/
...y la estrella es anhelada aún...
¡Tenue luciérnaga de lo remoto!

Heme aquí
    dios de musgo y penumbra
        sobre los tejados humildes...
donde el fresco rocío
    arroja destellos/
brillo incipiente/
luz cercana de un nuevo amanecer.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

lunes, 11 de mayo de 2015

Navegante

Tatuada esta imagen en la piel del aire.
Estampada en la pared.
Diluida en la niebla del ocaso.
Perdida en salamandras del invierno.

Este ser amanecido de las ruinas
que se vierte cual zombi
   en la voluntad de la aurora.
Esquiva los peñascos
   sobre estos valles engañosos.
Se arroja a veces
    a los abismos de la suerte,
y en otras luces
   ajustando el cuadrante de antaño
      ante sus ojos/
¡acaso pariere el horizonte
   nuevos continentes y esplendores!

Navegante soy
   de otoños derrumbados
donde lo azul se mece
   en primaveras memoradas.

Sigo abriendo por lo bajo
las claves de cantares silenciosos
en la partitura extrema que resuena
de blancas lentas
   o danzantes semifusas.

Ignoto espíritu
   donde no existen las pompas
      de prietos anaqueles...
Arrogante de ternuras
en la siembra esquiva del amor.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

jueves, 9 de abril de 2015

Hacia el nuevo hogar

(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas

   En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
   Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
   Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
   Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
   -Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
   El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
   Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
   El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
   El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.

   La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
   -Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
   Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
   En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al macadán, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
   Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
   -¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
   -Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.

¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.

Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Abalos –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Abalos, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Salas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Abalos, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Abalos, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Salas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Salas. Abalos largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

lunes, 30 de marzo de 2015

Poesía y poeta

Buena semana a todos,familia,amigos...

"Muchas veces la poesía no necesita de un poeta que le construya un poema. Florece en sí misma, de sólo ser."

martes, 24 de febrero de 2015

Lo rescatable

"Tal vez, siempre haya algo que se pueda rescatar de lo que alguna vez uno supo querer, cualquiera sean formas y razones... La única condición es: que lo "rescatable" tiene que ser positivo. Lo que no es vivificante para el ser, no tiene buen sentido, sólo añoranzas, melancolías... que da por resultado el encogimiento y estancamiento del alma. Y los cambios, son justamente eso: cambios. Quizás, ya nada podrá ser lo mismo, ni tendría por qué serlo..."
"Cada día tiene su propio mal y su propio bien, concentrémosnos en aumentar el porcentaje del bien, para bajar el mal y erradicarlo.
Es una forma de moldear la mente hacia lo positivo, adquirir el hábito de enfocarnos en el bien; pensarlo y recrearlo exponencialmente."
Juan Carlos Luis Rojas - Autor

Realidad

"Jamás se podrá explicar la realidad sin reducirla."
¡Buen día, a todos!...

El dolor

El dolor existe... Los eventos trágicos existen... Y vale la sensibilidad para poder actuar en consecuencia. Lo que sobre de allí, sería bueno "desterrar".
No se puede ni se debe convivir con lo melodramático. Debemos ayudar y ayudarnos en este sentido, y ser fuertes.

Aligerar la carga

...Y a veces es tiempo de desmantelamientos, de despeje, de liberar las relaciones, las interacciones incómodas y más aún las dañinas, en todas las realidades, tanto las virtuales como aquellas de mayor tangencialidad... También es una forma de darle al otro la posibilidad de liberarse de nosotros mismos, ¿o no?
Dice el Esclesciastes:
"3 Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
2 un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar;..." etc, etc
¡Muy buenas noches a todos los amigos!...

Retirada

"Hay momentos en que uno parte en retirada... En esos instantes en que la conciencia de ser libre, te dice, que nada tienes que demostrar"

miércoles, 18 de febrero de 2015

El niño, el muro... y la libertad


  Eran más de las cuatro de una ardiente tarde de verano en Paso de la Patria, Corrientes.

  Estaba arrodillado, inclinado sobre el terreno del huerto; hundía sus dedos arrancando raíces, quitando malezas. Hacía horas que estaba ahí, bajo el sol y bajo la rutina del duro afán y en el imperio de la disciplina infligida.

  Tenía hambre, estaba sediento y afiebrado. Sentía en la cara el barro que dejaban sus manos al correr la mucosidad que se le escurría de la nariz. Vestía un pantalón corto. En su adolescencia incierta algo se despertaba; algo que comenzaba a hervirle la sangre. Los mosquitos picando aquí y allá, azuzaban aún más, la pizca de rebeldía que en él estaba naciendo.

  No levantaba la vista, pero veía cerca de sus manos, casi rozándolas, ese pie fuerte que pisaba una y otra vez la pala de punta que cortaba la tierra, palmo a palmo, para que sus dedos lo fueran triturando, de manera que pudiera quitar hasta las más pequeñas raíces.

  Había desayunado a las ocho de la mañana, un jarro de mate cocido con medio pan, al que le tuvo que quitar el moho. Ahora le ardía el estómago y la piel azotada por el sol, pero lo que más asolaban eran sus pensamientos. Aguijoneaban en su mente las preguntas: “¿Qué hacer para acabar con esta prisión que dura ya más de tres años? ¿Adónde ir?... A mis abuelos, no”, pensaba; “si me entregaron a este hombre, seguramente es porque no me pueden tener”.

  En un instante en que la pala penetra la tierra, el niño se pone de pie.
  -Yo no trabajo más, doctor –habló tembloroso.

  En ese momento algo rompía el aire; tal vez la intensidad de los espíritus; la ruptura que produce la aflicción ante la prepotencia; el nacimiento de un carácter.

  Paso de la Patria, “el paraíso del dorado”, le pareció inmóvil de repente, pero no,... por la calle pasó un auto levantando densa polvareda. Pasó un jinete en leve trote. ¿Cuál sería la escena desde allí, desde el mundo exterior? ¿Cuál la percepción de la justicia?

  Estaban los dos ahí, uno frente al otro; el niño, restregándose las manos y el alto alemán mirándole fijamente, destellándole sus intensos ojos azules. ¿Qué pasaría por la mente del jerarca nazi, quien se jactaba de haber tenido a su cargo treinta y cuatro mil personas y catorce hectáreas edificadas bajo el régimen de Hitler? ¿Que era esto que se le enfrentaba en el confín miserable del mundo?

  El niño levantó la vista y esperó los golpes, como  de costumbre. Se imaginó las patadas, o la pala bajando violentamente sobre su espalda. Pero no ocurrió.

  Ahora se reflejaba en el rostro del médico y ex militar alemán, la condición de experimentador. Se veía en su sorpresiva sonrisa una mezcla de curiosidad y burla ante la actitud de firme rebeldía del adolescente.

  -¿Cómo dices tú? –preguntó el alemán-. ¿No quieres trabajar?
  -No... Ya tengo hambre... Y quiero que me pague por los trabajos –agregó el chico, ante la mirada sorprendida e interpelativa de su tutor.
  -Bueno, je, je, je... Si tú quieres... Hablemos... ¡Pero ahora arranca esas verdolagas y tráelas para comer! ¡Y limpia la pala! –dio las órdenes clavando la pala en el suelo y se alejó con sus características largas zancadas.

  Cuando el niño cumplió con lo que le había ordenado se presentó nuevamente a su tutor. Este ya había puesto en un tacho a hervir el bofe. Le desagradaba este alimento pero no se podía cuestionar la comida regular de la casa.
  Después de algunos breves ordenamientos, ya estuvo lista la mesa, la que simplemente era, una tabla colocada sobre un pilón de leñas. Le costaba al niño tragar el cartílago de la tráquea no suficientemente hervida.

  -¡Come! ¡Come! ¡Come! ... ¡Qué tú masticas tanto! –le vociferaba el alemán -¡Esto en Alemania es alimento para bebé! ... y tú no tragas.
  Sin responderle, se esforzaba en tragar. Y pensaba, “esto, ni siquiera Macbeth comería”, refiriéndose a su perro.
  -Y dime tú –prosiguió el alemán, con aire de irrefutable –Te mando a la escuela, te compro la ropa, te doy de comer... Dime, ¿cómo puedes pagar tú eso?

  El adolescente escuchaba; pensaba; sentía que se le cerraba el círculo, que no tenía escapatoria; y su respuesta era silencio, a no ser por el movimiento nervioso de sus mandíbulas, luchando para triturar los cartílagos. Sus pensamientos eran una vorágine desesperada en donde aparecieron de repente las palabras de su maestra de cuarto grado que una vez, con lágrimas en los ojos, le había preguntado: “...y tus padres, ¿dónde están?..."
  Sé dio cuenta que era observado atentamente. El alemán masticaba su último bocado mientras le disparaba una mirada fría y dura. Su cabeza calva era un péndulo bajo el parral cuando balanceaba su torso, hacia adelante y hacia atrás, con las manos inmóviles sobre las rodillas.
  -¿Puedo visitar a mis abuelos? –se le ocurrió preguntar al niño.
  Luego de un momento, llegó la respuesta en la forma de una orden.
  -Mmm... Bueno. Mañana es domingo. Toma la lancha por la mañana y vuelve a la noche. Lleva el diccionario que te compré. Y diles cuántas camisas tienes, y cuantos pantalones...

  Le costó dormir esa noche; llegaba a sus oídos la música de algunos lugares bailables del pueblo. Como otras veces le produjo tristeza no poder ser libre al igual que otros chicos que podían divertirse como les daba la gana. Para evitar las observaciones, peligrosas de castigo de su tutor, se acostaba boca arriba, derechito y con las manos sobre su pecho, como le había enseñado, por las dudas él entrase y lo viera de manera distinta, pero tenía los ojos abiertos, y pensaba y pensaba... Y resolvió en su mente: “Si los abuelos no me pueden recibir, mañana, cuando vuelva por la noche, voy a donde está el policía viejito que cuida el parque, lo desmayo con un golpe, le quito el arma y me mato”.
Ya había pensado esto en otras oportunidades, pero esta vez lo sentía decisivo.

  A las nueve de la mañana abordó la lancha que cruzó el Paraná rumbo a Isla del Cerrito. Cuando bajo, vio a su tío, el más severo de sus tíos acercándose al puerto.
  -¡Hola Juancito! ...Vení. vamos a conversar chamigo.
  Lo encontró amable a su tío, de quien en otras oportunidades hubiera temido sus penitencias, por las cuales nunca tuvo una explicación. Se sentaron en un banco bajo los árboles.

  Salvo por el peso que sentía, de un problema insoluble en su mente, pudo disfrutar de la sombra fresca y de unas bocanadas del aire que le daba una saludable sensación de libertad. Sentía la sensación de un regreso. Veía el asfalto sinuoso ascender hacia el centro urbano bordeado de eucaliptos y seibos florecidos. Veía allí, la barranca abierta, donde se mecía el muelle apoyado sobre las aguas, ahora tranquilas, del río Paraguay, que un poco más allá, apoyaba su acuosa frente marrón sobre la cintura del Paraná, que extendía la transversalidad de su cuerpo hacia Paso de la Patria, semejando una extensa sábana soplada por el viento.

  -¿Qué hacés por aquí? –continuó el tío -¿Vas a visitar a tus abuelos?
  -Sí...
  -Pero, "chamigo", tenés que salir de la casa de ese alemán. La otra vez pasé por ahí... ¡Pero, che! ¡Te trata muy mal ese hombre!   ...¡Andás como un loco!
  -Este... –el niño inclinó la cabeza para ocultar sus lágrimas. Le sorprendió hasta el punto de la emoción el interés de su tío.
  -Yo voy a hablar con los abuelos, a ver qué hacemos –le dijo apoyándole una mano en el hombro. Lo acompañó a la casa de los   abuelos y habló con ellos, mientras Juancito conversaba con sus primos y hermanos.

  Cuando todos almorzaban el abuelo le preguntó al niño:
  -¿Vos pa, che hijo, querés quedarte con nosotros?*

  No lo podía creer. Le resultaba increíble la posibilidad de un cambio repentino en su vida. Notaba que en su familia tenía mucho que re-aprender; se sentía raro, diferente, como un extraño; pero valía el cambio y ya lo había decidido.
  En la semana siguiente el abuelo arregló todo con el alemán para dar por finalizada la tutoría.
A partir de esa resolución, ya no contaba para el niño el día de más que pudiera estar en su prisión circunstancial "militarizada".

  Se despidió. Cerró el portón, despaciosamente, que a pesar de ello rechinó.  Mientras caminaba por la vereda, entre el muro y la cuneta, miraba todo el frente de ese perímetro que fue su encierro de más de tres años. Observaba el muro con el alambre tejido, tenso y prolijo abarcando la mitad de la manzana; observaba la huerta, el naranjal, el chiquero; todo prolijo, pero sin embargo, lo sentía como una cáscara repulsiva desprendiéndose de su piel. Sobre ese muro, apoyando su rostro contra el tejido, muchas veces atisbó anhelante el mundo exterior...
Y ahora la libertad. ¿Cuál libertad?... ¿Tiene libertad el espíritu forjado en la opresión?...
Ahora va con miedos, pero ¡qué bella es la libertad!


*Notas del autor: La expresión: ¿Vos pa che hijo?, es de influencia guaranítica; (pa), es auxiliar de pregunta y (che), correspondería al posesivo,“mi”.

Juan Carlos Luis Rojas - Autor

miércoles, 11 de febrero de 2015

Retirada

"Hay momentos en que uno parte en retirada... En esos instantes en que la conciencia de ser libre, te dice, que nada tienes que demostrar"